"Cásate y sé sumisa", un libro digno de
aquella Sección Femenina que constituía un elemento fundamental del
entramado franquista.
Siempre he sentido náusea de esa educación que desde niño nos introdujo en el ceremonioso aprendizaje del "macho" destinado a dominar al "sexo débil"; náusea de los pseudohombres que piensan en la mujer como un objeto sumiso y manejable; náusea de esos machitos inútiles -alumnos aventajados de un adiestramiento cavernario- que no tienen ni puñetera idea de hacer algo en su casa más allá de las necesidades primarias del ser vivo; náusea de aquellos que superan su mediocridad, su bajeza moral y su podredumbre personal en el puticlub, sintiéndose muy hombres con el dinero por delante; náusea de ese "pacto entre caballeros" no escrito por el cual lo que pasa en el puticlub no traspasa las paredes del garito, "no vaya a ser que mi mujer se entere"; náusea de la hipocresía de un catolicismo que pide la absolución a dios el domingo para cometer impunemente las más bajas tropelías el resto de la semana; y, por supuesto, náusea de esos curas puteros o pederastas, que en su cinismo son capaces de dar lecciones sobre el sexo y las relaciones de pareja, proclamando la abstinencia, la virginidad y el sexo sin anticonceptivos.
Pero, sobre todas las cosas, me da naúsea la sumisión, porque no existe sumisión sin tiranía, y me dan náusea los tiranos. Soy afortunado por llevar media vida con una compañera feminista, con orgullo de mujer y de madre, con la que aún aprendo día a día a vivir en igualdad, intentando eliminar esas actitudes y prejuicios adquiridos que son residuos de aquella educación cavernícola heredera del nacionalcatolicismo. Ni está casada, ni es sumisa; yo tampoco.
No sé por qué, pero leyendo estas frases me imagino a la mujer de Fabra, por ejemplo:
“Si algo que él hace no te parece bien, con quien tienes que vértelas es con Dios”“Luigi [el supuesto marido de su amiga] es el camino que Dios ha elegido para amarte, y es tu camino hacia el cielo. Cuando te dice algo, por lo tanto, lo debes escuchar como si fuera Dios el que te habla (…) porque con frecuencia ve con más claridad que tú”.“Te dará miedo, porque abandonar tus propias convicciones es algo horrible. Pero no te estás arrojando al vacío, te estás arrojando a sus brazos”.
Siempre he sentido náusea de esa educación que desde niño nos introdujo en el ceremonioso aprendizaje del "macho" destinado a dominar al "sexo débil"; náusea de los pseudohombres que piensan en la mujer como un objeto sumiso y manejable; náusea de esos machitos inútiles -alumnos aventajados de un adiestramiento cavernario- que no tienen ni puñetera idea de hacer algo en su casa más allá de las necesidades primarias del ser vivo; náusea de aquellos que superan su mediocridad, su bajeza moral y su podredumbre personal en el puticlub, sintiéndose muy hombres con el dinero por delante; náusea de ese "pacto entre caballeros" no escrito por el cual lo que pasa en el puticlub no traspasa las paredes del garito, "no vaya a ser que mi mujer se entere"; náusea de la hipocresía de un catolicismo que pide la absolución a dios el domingo para cometer impunemente las más bajas tropelías el resto de la semana; y, por supuesto, náusea de esos curas puteros o pederastas, que en su cinismo son capaces de dar lecciones sobre el sexo y las relaciones de pareja, proclamando la abstinencia, la virginidad y el sexo sin anticonceptivos.
Pero, sobre todas las cosas, me da naúsea la sumisión, porque no existe sumisión sin tiranía, y me dan náusea los tiranos. Soy afortunado por llevar media vida con una compañera feminista, con orgullo de mujer y de madre, con la que aún aprendo día a día a vivir en igualdad, intentando eliminar esas actitudes y prejuicios adquiridos que son residuos de aquella educación cavernícola heredera del nacionalcatolicismo. Ni está casada, ni es sumisa; yo tampoco.
No sé por qué, pero leyendo estas frases me imagino a la mujer de Fabra, por ejemplo:
“Si algo que él hace no te parece bien, con quien tienes que vértelas es con Dios”“Luigi [el supuesto marido de su amiga] es el camino que Dios ha elegido para amarte, y es tu camino hacia el cielo. Cuando te dice algo, por lo tanto, lo debes escuchar como si fuera Dios el que te habla (…) porque con frecuencia ve con más claridad que tú”.“Te dará miedo, porque abandonar tus propias convicciones es algo horrible. Pero no te estás arrojando al vacío, te estás arrojando a sus brazos”.
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