Carlos Portomeñe
Mundo Obrero / mayo 2005
La llegada al poder del PSOE en marzo de 2004 ha venido precedida de una legislatura en la que se produjeron las mayores movilizaciones desde la transición democrática contra las políticas autoritarias y antisociales del PP además de un sangriento atentado terrorista vinculado directamente a su política exterior. La premura por desalojar al PP del gobierno central ha convertido al PSOE en el receptor de la mayoría de un voto "progresista" cuyo principal objetivo era claramente el cambio de Ejecutivo, no la transformación social con una base y un contenido programáticos.
Las consecuencias más inmediatas de lo acaecido en España durante los tres últimos años es la instalación, en el imaginario colectivo de izquierda, de la convicción de que la dicotomía izquierda-derecha se dirime ahora en términos de anti-guerra y pro-guerra, o de multilateralidad frente a unilateralidad en cuanto a la manera de construir las relaciones internacionales.
Este panorama ha desplazado el eje del debate anteriormente situado en las políticas económicas, que ya no son cuestionadas por la generalidad. La liberalización de la economía, la desregulación del mercado de trabajo, la privatización de "servicios económicos de interés general", la política económica orientada al crecimiento sostenido del PIB y a la estabilidad de precios, la alta competitividad como principio y como objetivo, son mandamientos incontestables de obligado cumplimiento que unen a políticos, sindicalistas y ciudadanía de las más dispares tendencias. En Europa, la aceptación sin discusión de la política neoliberal se traduce en su nueva Biblia: el Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa.
Es paradójico que, precisamente, el posicionamiento del PSOE en política exterior le sirva para reafirmarse en sus planteamientos neoliberales al tiempo que le legitima de cara al electorado de izquierda. Para corroborar esta afirmación es preciso remontarse algunos años atrás y analizar los cambios acaecidos en el orden internacional.
Las evoluciones en el ámbito internacional
Antes de la llegada de George Bush a la presidencia de los EE.UU., se puede constatar que en el Partido Republicano convivían dos tendencias ideológicas mayoritarias. Por un lado, un sector economicista o monetarista representante de intereses de la industria norteamericana, que confiaba en que el propio mercado podría garantizar la hegemonía internacional norteamericana, es decir, que no deseaba aumentar los déficits presupuestarios ni gastar en actos de dominación que consideraban posibles por la vía del mercado. Por otro lado, una derecha partidaria de la injerencia militar que propugnaba recuperar, entre otras, la superioridad económica y militar a nivel mundial. Las elecciones presidenciales dieron el triunfo a esta segunda tendencia ultraderechista, que desde el primer momento mostró abiertamente sus expeditivos métodos a través del fraude electoral. Un sector, por tanto, que recuperaba los valores de un rancio "norteamericanismo" cuya política es responsable de los nefastos conflictos abiertos recientemente en el orden internacional.
En base a una lectura detenida y atenta de los documentos más significativos e influyentes en la administración Bush desde su llegada al gobierno de los EE.UU., se pueden ciertos principios ideológicos que se sustentan, fundamentalmente, en tres pilares básicos: la centralidad del Estado como actor fundamental en el sistema internacional, las cuestiones políticas definen la economía y la seguridad nacional centra la política exterior.
Los acontecimientos posteriores a la investidura de Bush han reavivado un debate presente en el campo de las relaciones internacionales desde los años ochenta y también el viejo debate liberal que, trasladado también al ámbito de las relaciones internacionales, se mueve, supuestamente, entre los principios que identificarían el posicionamiento norteamericano enunciados por Thomas Hobbes en el Leviatán para superar el estado de naturaleza internacional frente al objetivo de la paz perpetua y el respeto mutuo establecidos por Emmanuel Kant y que serían los reivindicados por la UE.
Es más que discutible que estos dos planteamientos filosóficos sean la base real de los comportamientos políticos que nos ocupan, por más que las administraciones norteamericana y europea (entendida en genérico) insistan en ello. Si lo aceptamos, es necesario señalar que aunque ambas interpretaciones difieren en la concepción y análisis de la realidad, además de su visión del sujeto de la acción, son coincidentes en cuanto al principio fundamental que les guía: la seguridad mundial y la lucha contra el terrorismo justifican la intervención armada. Los norteamericanos entienden que el mundo se encuentra en "estado de naturaleza", que la seguridad mundial sólo puede ser garantizada por la ley del más fuerte, por un soberano con poder ilimitado garante del orden y por lo tanto la acción unilateral. Los europeos defienden que se debe contar con los organismos e instituciones supranacionales para garantizar el orden mundial, y por lo tanto parten de una visión multilateral de las relaciones internacionales. Pero ambos comparten la necesidad de actuar militarmente en defensa de sus intereses, fundamentalmente los económicos, en cualquier lugar del planeta. El informe de Javier Solana sobre seguridad europea y su traslación al articulado del Tratado constitucional europeo sobre la materia es claro a este respecto: la cláusula de solidaridad, la obligatoriedad de modernizar las FF.AA. o la posibilidad de intervención en cualquier punto del globo son ejemplos explícitos de la estrategia europea. La "cruzada" contra el terrorismo sirve de coartada para los anhelos imperialistas de las dos partes del Atlántico, resultando absolutamente falso que en el caso de los países europeos exista una corriente de corte pacifista: el bombardeo de Yugoslavia, la Guerra del Golfo y el bloqueo a Iraq desde 1992 o la invasión de Afganistán, entre otros, así lo indican. La guerra se justifica y defiende si cuenta con el aval de las instituciones internacionales. Como ejemplo, señalar que Rodríguez Zapatero ha votado afirmativamente en el Congreso todas las intervenciones militares decretadas por la OTAN o Naciones Unidas desde que fue elegido diputado en la década de los 80. La única de estas acciones militares que ha rechazado ha sido la invasión de Iraq que, curiosamente, le ha llevado a la Presidencia. Estos dos posicionamientos tienen su equivalencia en España: la visión norteamericana en el PP y la europea en el PSOE. El compromiso de Aznar en la reunión del llamado "Trío de las Azores" o la insistencia de Zapatero en repetir el concepto de "paz perpetua" durante la campaña del referéndum, pueden simbolizar estas dos conclusiones.
Sin embargo, es preciso enmarcar correctamente ambos posicionamientos, porque tienen su correspondencia en el terreno de las relaciones internacionales, y constituyen un reflejo del debate abierto desde mediados de los años ochenta entre dos de los paradigmas fundamentales en Relaciones Internacionales, que echan por tierra la idea que sitúa en la izquierda el multilateralismo y en la derecha el unilateralismo. El tercer paradigma en discordia es el marxista.
La doctrina de la administración Aznar se corresponde con el paradigma denominado realista, que ha dado forma en la práctica a las acciones de políticos como Richard Nixon o Henry Kissinger. Por contra, la posición del PSOE se enmarca dentro del neoliberalismo, llamado también institucionalismo neoliberal. El neoliberalismo considera fundamental el papel de la ONU y las demás instituciones internacionales para la resolución de conflictos. Frente a los realistas, defiende la cooperación entre naciones para la consecución de sus objetivos. Asimismo, concede un papel principal a las diferentes instituciones dentro del Estado, no al Estado mismo.
El modelo económico
El actual núcleo dirigente del PSOE se hace con el control del PSOE en su XXXV Congreso bajo la denominación de Nueva Vía, en consonancia con la Tercera Vía. El propio Anthony Giddens, ideólogo de la Tercera Vía, sostiene la necesidad de "un liberalismo duro, severo, que incluya en su contexto incluso el uso de la fuerza" y que la flexibilidad y la adaptabilidad de la mano de obra serán aún políticas aún más importantes en épocas de depresión. A los pocos meses acuñaron una nueva denominación para compendiar su ideario: el "socialismo libertario" se interpretó incorrectamente por valorarse desde una óptica de izquierda, dado que en realidad hacía referencia a los postulados neoliberales, en concreto a los llamados libertarios económicos, es decir, a los padres del neoliberalismo que propugnan que el intervencionismo público ha de limitarse a la defensa de la vida, la libertad y la propiedad individuales. Pretendía ser de un híbrido entre unos mínimos principios sociales y la libertad absoluta del mercado. Era un guiño a los sectores empresariales y financieros, un aviso de que el referente español de la globalización neoliberal tenía otras siglas.
Posteriormente, el 10 de enero de 2004, el PSOE presentaba sus propuestas programáticas de carácter económico y fiscal. Al día siguiente el diario El País encabezaba la noticia con un significativo titular: El PSOE promete crecimiento duradero y acabar con el "intervencionismo" del PP. Para lograr sus objetivos el PSOE enumeraba siete mandamientos dictados por Miguel Sebastián entre los que destacaban: la estabilidad presupuestaria (según el partido ahora en el gobierno, un principio progresista que hay que aplicar sin dogmatismos); el gasto público no debe sobrepasar el 40% del PIB; promoción de la libertad económica, con menos burocracia, menos intervencionismo, mayor competencia y transparencia; huir del debate entre eficiencia económica y equidad.
No en vano, el Comisario europeo de Economía, Joaquín Almunia, su homólogo español, Pedro Solbes, y la responsable de Internacional del PSOE, Trinidad Jiménez, al igual que hasta el 2001 lo fueron Pascual Maragall (Presidente de la Generalitat de Catalunya) o Victoria Camps (ex-diputada y redactora del Comité de expertos sobre RTVE), son miembros de la Comisión Trilateral, la más genuina organización neoliberal del mundo.
Por ello, el actual gobierno necesita una fuente de legitimación que compense la debilidad electoral y su credibilidad desde la izquierda, persiguiéndolo a través de tres métodos fundamentales: la implementación de políticas "retóricas" que no afectan a la raíz del sistema económico, muchas de ellas aplicadas en países donde gobierna la derecha; la utilización de una vasta red de medios de comunicación que generan polémicas interesadas en la opinión pública; y el apoyo de los partidos y sindicatos de la llamada izquierda que bajo una referencia acertada pero reiterativa al carácter autoritario del anterior gobierno argumentan la necesidad de concederle un margen de acción.
Por lo de pronto, el supuesto talante dialogante y conciliador del gobierno ha quedado en entredicho cuando se trata de defender su ideario económico, con una campaña institucional y partidista de cara al referéndum que ha supuesto una de las mayores burlas a la democracia de su ya maltrecha historia.
Se han esgrimido los más variopintos argumentos para justificar, o bien censurar, la urgencia del gobierno en convocar el referéndum de 20 de febrero de 2005. Sin embargo, es muy probable que la anunciada "reforma laboral" haya sido el motivo fundamental para la prematura convocatoria del referéndum. El Gobierno tiene así plenas garantías para llevar a la práctica determinadas medidas "reformadoras del mercado laboral" en aplicación de los principios y objetivos del texto que acaba de ser aprobado por la sociedad española.
En conclusión, el PSOE no sólo asume, defiende o implementa postulados neoliberales en una desviación de los principios y valores de la izquierda. El PSOE es la encarnación del neoliberalismo en España, su más genuino representante en todos los terrenos, incluida la política exterior. Por muy duro que suene. Ello no significa que el PP no esté a su derecha, sino que, simplemente, ambos están al margen de los intereses de los trabajadores.
La llegada al poder del PSOE en marzo de 2004 ha venido precedida de una legislatura en la que se produjeron las mayores movilizaciones desde la transición democrática contra las políticas autoritarias y antisociales del PP además de un sangriento atentado terrorista vinculado directamente a su política exterior. La premura por desalojar al PP del gobierno central ha convertido al PSOE en el receptor de la mayoría de un voto "progresista" cuyo principal objetivo era claramente el cambio de Ejecutivo, no la transformación social con una base y un contenido programáticos.
Las consecuencias más inmediatas de lo acaecido en España durante los tres últimos años es la instalación, en el imaginario colectivo de izquierda, de la convicción de que la dicotomía izquierda-derecha se dirime ahora en términos de anti-guerra y pro-guerra, o de multilateralidad frente a unilateralidad en cuanto a la manera de construir las relaciones internacionales.
Este panorama ha desplazado el eje del debate anteriormente situado en las políticas económicas, que ya no son cuestionadas por la generalidad. La liberalización de la economía, la desregulación del mercado de trabajo, la privatización de "servicios económicos de interés general", la política económica orientada al crecimiento sostenido del PIB y a la estabilidad de precios, la alta competitividad como principio y como objetivo, son mandamientos incontestables de obligado cumplimiento que unen a políticos, sindicalistas y ciudadanía de las más dispares tendencias. En Europa, la aceptación sin discusión de la política neoliberal se traduce en su nueva Biblia: el Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa.
Es paradójico que, precisamente, el posicionamiento del PSOE en política exterior le sirva para reafirmarse en sus planteamientos neoliberales al tiempo que le legitima de cara al electorado de izquierda. Para corroborar esta afirmación es preciso remontarse algunos años atrás y analizar los cambios acaecidos en el orden internacional.
Las evoluciones en el ámbito internacional
Antes de la llegada de George Bush a la presidencia de los EE.UU., se puede constatar que en el Partido Republicano convivían dos tendencias ideológicas mayoritarias. Por un lado, un sector economicista o monetarista representante de intereses de la industria norteamericana, que confiaba en que el propio mercado podría garantizar la hegemonía internacional norteamericana, es decir, que no deseaba aumentar los déficits presupuestarios ni gastar en actos de dominación que consideraban posibles por la vía del mercado. Por otro lado, una derecha partidaria de la injerencia militar que propugnaba recuperar, entre otras, la superioridad económica y militar a nivel mundial. Las elecciones presidenciales dieron el triunfo a esta segunda tendencia ultraderechista, que desde el primer momento mostró abiertamente sus expeditivos métodos a través del fraude electoral. Un sector, por tanto, que recuperaba los valores de un rancio "norteamericanismo" cuya política es responsable de los nefastos conflictos abiertos recientemente en el orden internacional.
En base a una lectura detenida y atenta de los documentos más significativos e influyentes en la administración Bush desde su llegada al gobierno de los EE.UU., se pueden ciertos principios ideológicos que se sustentan, fundamentalmente, en tres pilares básicos: la centralidad del Estado como actor fundamental en el sistema internacional, las cuestiones políticas definen la economía y la seguridad nacional centra la política exterior.
Los acontecimientos posteriores a la investidura de Bush han reavivado un debate presente en el campo de las relaciones internacionales desde los años ochenta y también el viejo debate liberal que, trasladado también al ámbito de las relaciones internacionales, se mueve, supuestamente, entre los principios que identificarían el posicionamiento norteamericano enunciados por Thomas Hobbes en el Leviatán para superar el estado de naturaleza internacional frente al objetivo de la paz perpetua y el respeto mutuo establecidos por Emmanuel Kant y que serían los reivindicados por la UE.
Es más que discutible que estos dos planteamientos filosóficos sean la base real de los comportamientos políticos que nos ocupan, por más que las administraciones norteamericana y europea (entendida en genérico) insistan en ello. Si lo aceptamos, es necesario señalar que aunque ambas interpretaciones difieren en la concepción y análisis de la realidad, además de su visión del sujeto de la acción, son coincidentes en cuanto al principio fundamental que les guía: la seguridad mundial y la lucha contra el terrorismo justifican la intervención armada. Los norteamericanos entienden que el mundo se encuentra en "estado de naturaleza", que la seguridad mundial sólo puede ser garantizada por la ley del más fuerte, por un soberano con poder ilimitado garante del orden y por lo tanto la acción unilateral. Los europeos defienden que se debe contar con los organismos e instituciones supranacionales para garantizar el orden mundial, y por lo tanto parten de una visión multilateral de las relaciones internacionales. Pero ambos comparten la necesidad de actuar militarmente en defensa de sus intereses, fundamentalmente los económicos, en cualquier lugar del planeta. El informe de Javier Solana sobre seguridad europea y su traslación al articulado del Tratado constitucional europeo sobre la materia es claro a este respecto: la cláusula de solidaridad, la obligatoriedad de modernizar las FF.AA. o la posibilidad de intervención en cualquier punto del globo son ejemplos explícitos de la estrategia europea. La "cruzada" contra el terrorismo sirve de coartada para los anhelos imperialistas de las dos partes del Atlántico, resultando absolutamente falso que en el caso de los países europeos exista una corriente de corte pacifista: el bombardeo de Yugoslavia, la Guerra del Golfo y el bloqueo a Iraq desde 1992 o la invasión de Afganistán, entre otros, así lo indican. La guerra se justifica y defiende si cuenta con el aval de las instituciones internacionales. Como ejemplo, señalar que Rodríguez Zapatero ha votado afirmativamente en el Congreso todas las intervenciones militares decretadas por la OTAN o Naciones Unidas desde que fue elegido diputado en la década de los 80. La única de estas acciones militares que ha rechazado ha sido la invasión de Iraq que, curiosamente, le ha llevado a la Presidencia. Estos dos posicionamientos tienen su equivalencia en España: la visión norteamericana en el PP y la europea en el PSOE. El compromiso de Aznar en la reunión del llamado "Trío de las Azores" o la insistencia de Zapatero en repetir el concepto de "paz perpetua" durante la campaña del referéndum, pueden simbolizar estas dos conclusiones.
Sin embargo, es preciso enmarcar correctamente ambos posicionamientos, porque tienen su correspondencia en el terreno de las relaciones internacionales, y constituyen un reflejo del debate abierto desde mediados de los años ochenta entre dos de los paradigmas fundamentales en Relaciones Internacionales, que echan por tierra la idea que sitúa en la izquierda el multilateralismo y en la derecha el unilateralismo. El tercer paradigma en discordia es el marxista.
La doctrina de la administración Aznar se corresponde con el paradigma denominado realista, que ha dado forma en la práctica a las acciones de políticos como Richard Nixon o Henry Kissinger. Por contra, la posición del PSOE se enmarca dentro del neoliberalismo, llamado también institucionalismo neoliberal. El neoliberalismo considera fundamental el papel de la ONU y las demás instituciones internacionales para la resolución de conflictos. Frente a los realistas, defiende la cooperación entre naciones para la consecución de sus objetivos. Asimismo, concede un papel principal a las diferentes instituciones dentro del Estado, no al Estado mismo.
El modelo económico
El actual núcleo dirigente del PSOE se hace con el control del PSOE en su XXXV Congreso bajo la denominación de Nueva Vía, en consonancia con la Tercera Vía. El propio Anthony Giddens, ideólogo de la Tercera Vía, sostiene la necesidad de "un liberalismo duro, severo, que incluya en su contexto incluso el uso de la fuerza" y que la flexibilidad y la adaptabilidad de la mano de obra serán aún políticas aún más importantes en épocas de depresión. A los pocos meses acuñaron una nueva denominación para compendiar su ideario: el "socialismo libertario" se interpretó incorrectamente por valorarse desde una óptica de izquierda, dado que en realidad hacía referencia a los postulados neoliberales, en concreto a los llamados libertarios económicos, es decir, a los padres del neoliberalismo que propugnan que el intervencionismo público ha de limitarse a la defensa de la vida, la libertad y la propiedad individuales. Pretendía ser de un híbrido entre unos mínimos principios sociales y la libertad absoluta del mercado. Era un guiño a los sectores empresariales y financieros, un aviso de que el referente español de la globalización neoliberal tenía otras siglas.
Posteriormente, el 10 de enero de 2004, el PSOE presentaba sus propuestas programáticas de carácter económico y fiscal. Al día siguiente el diario El País encabezaba la noticia con un significativo titular: El PSOE promete crecimiento duradero y acabar con el "intervencionismo" del PP. Para lograr sus objetivos el PSOE enumeraba siete mandamientos dictados por Miguel Sebastián entre los que destacaban: la estabilidad presupuestaria (según el partido ahora en el gobierno, un principio progresista que hay que aplicar sin dogmatismos); el gasto público no debe sobrepasar el 40% del PIB; promoción de la libertad económica, con menos burocracia, menos intervencionismo, mayor competencia y transparencia; huir del debate entre eficiencia económica y equidad.
No en vano, el Comisario europeo de Economía, Joaquín Almunia, su homólogo español, Pedro Solbes, y la responsable de Internacional del PSOE, Trinidad Jiménez, al igual que hasta el 2001 lo fueron Pascual Maragall (Presidente de la Generalitat de Catalunya) o Victoria Camps (ex-diputada y redactora del Comité de expertos sobre RTVE), son miembros de la Comisión Trilateral, la más genuina organización neoliberal del mundo.
Por ello, el actual gobierno necesita una fuente de legitimación que compense la debilidad electoral y su credibilidad desde la izquierda, persiguiéndolo a través de tres métodos fundamentales: la implementación de políticas "retóricas" que no afectan a la raíz del sistema económico, muchas de ellas aplicadas en países donde gobierna la derecha; la utilización de una vasta red de medios de comunicación que generan polémicas interesadas en la opinión pública; y el apoyo de los partidos y sindicatos de la llamada izquierda que bajo una referencia acertada pero reiterativa al carácter autoritario del anterior gobierno argumentan la necesidad de concederle un margen de acción.
Por lo de pronto, el supuesto talante dialogante y conciliador del gobierno ha quedado en entredicho cuando se trata de defender su ideario económico, con una campaña institucional y partidista de cara al referéndum que ha supuesto una de las mayores burlas a la democracia de su ya maltrecha historia.
Se han esgrimido los más variopintos argumentos para justificar, o bien censurar, la urgencia del gobierno en convocar el referéndum de 20 de febrero de 2005. Sin embargo, es muy probable que la anunciada "reforma laboral" haya sido el motivo fundamental para la prematura convocatoria del referéndum. El Gobierno tiene así plenas garantías para llevar a la práctica determinadas medidas "reformadoras del mercado laboral" en aplicación de los principios y objetivos del texto que acaba de ser aprobado por la sociedad española.
En conclusión, el PSOE no sólo asume, defiende o implementa postulados neoliberales en una desviación de los principios y valores de la izquierda. El PSOE es la encarnación del neoliberalismo en España, su más genuino representante en todos los terrenos, incluida la política exterior. Por muy duro que suene. Ello no significa que el PP no esté a su derecha, sino que, simplemente, ambos están al margen de los intereses de los trabajadores.
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